martes, 8 de octubre de 2013

La contundencia del hormigón




La contundencia del hormigón: Una de las calles que permiten salir de la zona del colegio es muy estrecha (simbólico) y ahora está taponada (lo que es más simbólico). Afortunadamente ahora no llevo a los mellizos, por lo que no quedan expuestos a este tóxico correlato que a mí ya no me afecta. Cambio de emisora, bajo la ventanilla, miro al conductor de atrás por el espejo, subo la ventanilla.

Delante de mí hay una hormigonera. Parece un dinosaurio de la raza de los activos tangibles vagando por las calles tras la caída de ese meteorito económico que ha ocultado el sol del crecimiento ilimitado. Esa impresión le quita algo de poder a su imagen como todo aquello que pierde utilidad, vale, pero quien tuvo, retuvo, sobre todo si por las venas le corría un hormigón denso capaz de hacerle una buena transfusión a cualquier edificio.

Que algunos la veamos como el símbolo de una época en la que todas las palabras terminaban con varios ceros y la critiquemos me da igual ahora. Esa contundencia me gusta y sin dejar de estar en el bando de los críticos, me paso a la vez al de los defensores por ese cansancio ontológico que provoca el que la producción virtual de ceros y unos a la que me dedico (tanto por obligación como por devoción) no sea más que el simple polvillo digital que deja el tiempo al frotarse con mi vida y que el error de un disco duro puede hacer desaparecer.

Como esa incertidumbre en lo externo también afecta a lo interno, si hubiera tiempo antes de que el semáforo cambiara a rojo le pediría al conductor que me diera una pequeña ducha de hormigón. Lo justo para ganar algo de consistencia.

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